miércoles, 19 de mayo de 2010

10 años después


Recojo este artículo del Pais en su edición de hoy

"Cómo me voy a olvidar..."
Los protagonistas recuerdan el título del Liga del Dépor cuando se cumplen diez años de su consecución
JUAN L. CUDEIRO - A Coruña - 19/05/2010
Algo recorre la médula de Riazor cuando una tonadilla brota desde el fondo de la portería de Marathón. Se escucha casi siempre que el equipo lo pasa mal y sirve para azuzar la memoria. "Cómo me voy a olvidar que el Deportivo ganó la Liga, como me voy olvidar si es lo mejor que me pasó en la vida", cantan los aficionados más jóvenes.

Hoy hace diez años que el deportivismo la hizo suya, se cumple una década del alirón de un equipo de provincias que desafió el orden futbolístico con elevadas dosis de imaginación y atrevimiento, con un riesgo que hizo feliz a mucha gente por más que no siempre estuviera bien calculado. "Si no nos hubiésemos endeudado no habríamos sido campeones", concede Lendoiro, que todavía cree que hizo lo correcto. "Nos iría mejor en lo económico si hubiera vendido en su día a algún jugador, pero yo tenía la ilusión de ganar la Liga". Y entonces es él quien retoma la tonadilla: "...fue lo mejor que me pasó en la vida".

El triunfo había pasado de largo seis años antes con el penalti de Djukic. Fran, Donato y Mauro Silva estaban allí e hicieron toda la travesía. Juntos pelearon por mantener la identidad de un equipo que se desnortó cuando Arsenio, armador de un grupo que aunaba hambre y humildad, salió del club enfrentado con Lendoiro. Llegó la Ley Bosman y el dinero de las televisiones y el presidente se lanzó al mercado único, conformó un crisol de nacionalidades en un vestuario que se resquebrajó.

Con Abreu y Manteca Martínez, una singular pareja de uruguayos como estandartes, el Deportivo tocó fondo en la Navidad de 1997 al caer a puestos de promoción. Fue entonces cuando se empezó a ganar la Liga. "Era importante nacionalizar el equipo o al menos fichar gente que conociera la competición española", apunta Javier Irureta, que tras llevar al Celta a Europa aceptó el reto que le propuso Lendoiro. Juntos buscaron un perfil de futbolista muy similar al del primer Super Dépor, aprovecharon piezas que ya tenía el club como los tres supervivientes del 94 o pilares como Songo'o, Naybet, Flavio, Djalminha o Scaloni y acudieron al mercado a por meritorios en busca de gloria. Llegaron Manuel Pablo y Turu Flores, que venían de Segunda, de Las Palmas; también Pauleta, del Salamanca o a Romero, del Mallorca; Jokanovic y César partieron desde Oviedo, Víctor desde Santander tras ser desechado por el Real Madrid, también Jaime, y Makaay fue deportivista tras descender con el Tenerife.

"No tenían que pasar por un periodo de adaptación", justifica Irureta, que modeló un equipo campeón en sólo dos temporadas. Se formó una base sólida, con gente que pronto le cogió cariño al club y a un ambiente familiar en el que se daban todas las condiciones para rendir al mejor nivel, un bloque que en lo futbolístico se armó de atrás hacia adelante. "A Irureta le gustaban los equipos bien asentados en defensa y luego ofensivamente te dejaba espacio a la imaginación para que sacáramos algo de la chistera", explica Fran.

Cuando se alude a la magia todos vuelven la mirada hacia Djalminha. Nunca se sintió cómodo con el técnico, que durante buena parte de la temporada intentó volcarle hacia un costado o inculcarle la importancia de realizar un esfuerzo en la presión, demasiado corsé para un indómito. Todavía hoy, con la inconsciencia de los genios, Djalma asegura que si ganaron la Liga fue porque no le hicieron caso al entrenador: "Siempre hice lo que quise. Jugué a mi aire". Irureta niega tensiones en su relación con los futbolistas, pero la campaña estuvo trufada de desencuentros, el más sonoro cuando a tres jornadas del final el mediapunta brasileño vio la segunda amonestación contra el Zaragoza tras marcar el tanto que culminaba la remontada de su equipo.

A falta de un cuarto de hora embocó la pelota desde la frontal y ante el estupor generalizado se quitó la camiseta cuando sabía que ya tenía una tarjeta amarilla. El Zaragoza, en superioridad, acabó empatando y el título semejó complicarse. En el palco un directivo, habitualmente discreto y mesurado, bramó rojo de ira que aquello era peor que el penalti de Djukic. Todavía hoy, Lendoiro recuerda que sintió ganas de saltar al campo a ponerle la camiseta al brasileño, seguramente no con ternura. Jabo se llevó el dedo a la sien y se la golpeó repetidas veces. Al día siguiente tuvo una gruesa discusión con el brasileño en el vestuario. "Djalma, para lo bueno y para lo malo", resume su íntimo amigo Fran.

Fue la temporada de la lambretta de Djalminha, aquel monumental sombrero ejecutado con el tacón sobre Hierro, Karanka y Sanchís. "Tú marcas goles, yo además juego al fútbol", le espetó a Raúl, cuando éste le reprochó la maniobra; fue el año de su gresca con Mostovoi en un inolvidable derbi ante el Celta que por primera vez enfrentó a los dos grandes gallegos como líder y segundo clasificado en la Liga; la del gol anulado, injustamente, a Songo'o en el último minuto en campo del Numancia. La de los tantos de Donato y Makaay en el último partido ante el Espanyol, una cita a la que la ciudad llegó entre la esperanza y la zozobra.

"No se me borra de la cabeza nuestro viaje desde el hotel al campo", relata Sergio, hoy uno de los futbolistas del Deportivo con más partidos en Primera, entonces jugador del Espanyol. "Salimos dos horas antes y nos tuvimos que cambiar a toda prisa porque tardamos 45 minutos en hacer tres kilómetros, la gente golpeaba el autocar, juntaba las manos pidiéndonos por favor que no nos dejáramos ganar, que ya habían perdido una...". Para el Espanyol el partido era un engorro por más que llegara primado por el Barcelona, rival deportivista por el título. "Teníamos la final de Copa una semana después y nuestra gente tampoco quería que le diéramos el título al Barça. No llegamos a Riazor en plan de tocar las narices", asegura.

"No sé que hubiera pasado si el gol llega a tardar en llegar", se cuestiona Fran, pero el caso es que Donato marcó a los cuatro minutos. En el último entrenamiento había ensayado con Víctor el remate en el primer palo tras saque de esquina. "Metí cuatro goles en el entrenamiento iguales al que logré en el partido". Aquel testarazo fue una liberación. "Había una tensión muy grande -recuerda Donato-, la gente parecía contenida, el estadio estaba lleno, pero no se notaba, marqué y me dí cuenta de que el grito estaba en la garganta de todos. Estalló el sonido de aquel estadio repleto". El partido siguió, pero la historia ya estaba escrita. "Luego hubo un penalti clarísimo de Naybet a Tamudo. La gente se dio cuenta y se hizo el silencio, pero ni lo protestamos, la verdad es que estábamos flipando. Marcó Makaay y ya no hubo más", explica Sergio.

Lo que ocurrió luego fue, según Lendoiro, "la mayor fiesta de la historia de A Coruña", un bus descapotable que recorrió la ciudad portando futbolistas teñidos de rubio, la última genialidad de Djalminha,el primero que acudió a estrechar la mano del entrenador. Fue entonces cuando cada cual disfrutó del momento y se acordó del camino recorrido. "Ganar la Liga me sirvió para quitar la angustia y el sufrimiento de lo ocurrido en 1994, pero no me compensó, aquello no se olvida", reflexiona Mauro Silva. "Pasamos tiempos difíciles cuando hubo que conjuntar a jugadores de muchas culturas y países diferentes", recuerda Songo'o. Para Fran, que había comenzado la temporada lesionado tras ser operado de ambos abductores, el título fue una cumbre que debió de haberse repetido: "Pudimos haber ganado más Ligas".

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